Posteado por: M | 15 agosto 2015

La bandera en el Malecón no oculta las miserias de Cuba

La bandera de las barras y las estrellas ondea en un imponente edificio del Malecón de La Habana, sede de la embajada estadounidense, tras la ceremonia de su izado en el mástil, el 14 de agosto, con la que culmina el proceso de restablecimiento de relaciones diplomáticas entre EE UU y Cuba. Un acto simbólico, de hondo significado revisionista, que figurará en los anales de la presidencia de Barack Obama, tan precaria de éxitos, pero que no ocultará las miserias de la isla, que nada cambiará en la vida azarosa de los diez millones de cubanos que viven bajo la represión policial y la penuria económica. Más allá de la pompa y la fanfarria en el Malecón, el que fuera rutilante bulevar frente al mar, hoy degradado por el salitre, la incuria y la pobreza, quizá convenga recordar que el patriarcal dictador y dinosaurio sigue ahí, impasible y decrépito, superviviente del ventarrón histórico, como desafiando las inclemencias del tiempo y la usura de la política.

El balance para los cubanos es aterrador luego de más de medio siglo de revolución empobrecedora, sovietización acelerada, crisis de los misiles, centenares de balseros muertos antes de llegar a Florida, más de tres millones de exiliados, hostilidad recíproca y propaganda desaforada. Washington sufrió el fiasco diplomático más duradero que se conoce, mantuvo un embargo injustificable y convirtió las relaciones diplomáticas con Cuba en un asunto vidrioso de la política interna. Los cubanos sobreviven a la calamidad económica, la inmensa mayoría sin haber conocido otra realidad política que la dictadura; padecieron y padecen aún las penalidades incontables que genera un régimen corrompido e ineficaz. La revolución justiciera y romántica de los barbudos de Sierra Maestra, en fin, degeneró en el régimen tiránico e ineficiente de los hermanos Castro y la nomenklatura comunista. La tormenta sobre el azúcar de que escribiera Jean-Paul Sartre devino una pesadilla.

En vísperas del acontecimiento de La Habana, en un resonante artículo publicado en el Miami Herald (12 de agosto), el periodista Andrés Oppenheimer, de origen argentino, uno de los mejores conocedores de la realidad cubana, denunció la reiterada hipocresía de muchos medios que tratan “de ocultar el hecho de que Cuba sigue siendo una de las dictaduras más cerradas del mundo, y que las mayores empresas de noticias buscan no mostrarse muy duras con el régimen cubano porque no desean que éste niegue los visados de entrada a sus corresponsales”. Denunció también Oppenheimer que las agencias noticiosas recurren a diversos eufemismos para no llamar a las cosas por su nombre, “para no decir que Cuba es una dictadura o que su líder, Raúl Castro, es un dictador militar”.

Los ejemplos son confirmatorios e inquietantes. En una crónica de cuatro folios publicada por el New York Times, el 15 de agosto, para dar cuenta del izado de la bandera en el Malecón, en ningún momento se informa de que el régimen cubano es una dictadura, y cuando se nombra una sola vez a los hermanos Castro, se anteponen simplemente a su apellido los cargos que ocupan: presidente (Raúl) y ex presidente (Fidel). Un tenor similar observo en la crónica del mismo día en el Washington Post, muy interesado en contarnos la vida y milagros de los tres marines que arriaron la bandera en 1961 y que volvieron a La Habana para asistir a la ceremonia.

En términos similares se expresó Yoani Sánchez en un artículo en el mismo medio titulado “Izar la bandera, arriar el pasado”, aunque reconociendo que “ahora llega lo más difícil” porque el trayecto a recorrer será “un camino cuesta arriba en que no se podrá echar la culpa de nuestros fracasos al vecino del norte”. No obstante, la valerosa bloguera reprochó al régimen que siga aferrado al pasado, “un tiempo pretérito, de uniformes militares, guerrillas, bravuconería y pataletas políticas, que se niega a dar paso a un país moderno y plural”. En cualquier caso, unas reflexiones relevantes, poco optimistas, de gente joven que fue educada por y para la revolución y el socialismo, pero que éstos ya no les ofrecen un brillante porvenir, sino un presente sombrío y una tremenda incógnita.

La huida que no cesa

 Las noticias siguen siendo desalentadoras. Coincidiendo con la presencia en La Habana del secretario de Estado, John Kerry, la más alta personalidad norteamericana llegada a Cuba desde los gobiernos de Franklin D. Roosevelt, la Oficina de Aduanas y Protección de Fronteras (CBP) en Miami informó a la agencia española Efe de que los inmigrantes cubanos en EE UU, lejos de disminuir, aumentaron considerablemente, pues en los ocho primeros meses del año fiscal en curso ya se han superado las cifras del mismo período de 2014. Del 1 de octubre de 2014 al 31 de mayo de este año llegaron 23.978 cubanos a EE UU, a través de la frontera con México o el puerto y el aeropuerto de Miami, mientras que en todo el año fiscal previo (septiembre de 2013-octubre de 2014) arribaron 22.162 por las mismas vías. Es decir, que el éxodo y llanto no se detienen ni es previsible que se detengan. La gente que puede huye de la Perla de las Antillas.

La oposición radicada en Miami y los disidentes del interior, aunque divididos en otras percepciones y análisis, coinciden en sugerir que el aumento de la emigración se debe por entero a un incremento de la represión, un endurecimiento de la opresión contra cualquier tipo de disidencia que algunos opositores atribuyen a las luchas internas dentro del partido comunista ante el restablecimiento de las relaciones con EE UU. “Históricamente siempre aumentan los refugiados cuando hay un acercamiento entre Cuba y Estados Unidos”, declaró en Miami John Suárez, secretario internacional del Directorio Democrático Cubano, una organización no gubernamental de orientación demócrata cristiana, que promueve la protección de los derechos humanos y un cambio político y pacífico en la isla.

La presión policial tampoco remite. Desde que Obama y Castro anunciaron el restablecimiento de las relaciones diplomáticas (17 de diciembre de 2014) se han producido en Cuba más de 3.000 detenciones de disidentes, aunque ciertamente son ahora menos prolongadas. La Comisión de Derecho Humanos y Reconciliación Nacional, que preside Elizardo Sánchez, constantemente hostigada por la policía, anunció que en el pasado mes de julio fueron detenidas 674 personas y que 21 de ellas fueron maltratadas e insultadas por los esbirros de la policía política. Como recuerda Andrés Oppenheimer, Obama prometió que el restablecimiento de las relaciones diplomáticas “incluirá un fuerte y continuado apoyo para promover los derechos humanos y las reformas democráticas en Cuba”. Verba volent. Las palabras se las lleva el viento.

Más allá de la propaganda oficial y de la ceguera más o menos interesada de los medios norteamericanos y europeos, como concluye Oppenheimer, la dictadura familiar de los Castro mantiene en funcionamiento las cárceles para presos políticos (el gulag tropical) y ha convertido a Cuba en “uno de los países más pobres, atrasados y represivos de las Américas”. Conviene recordarlo para contrarrestar en la medida de lo posible la distorsionada información sobre la izada de la bandera norteamericana como factor relevante de los cambios que se avecinan. Ningún indicio por ahora de que el despotismo vaya a dar paso al restablecimiento de la libertad.

En vez de analizar la situación interna de Cuba, los grandes periódicos norteamericanos parecen más interesados en describir la coreografía del izado de la bandera en el Malecón y en desvelar los más nimios detalles de la negociación secreta entre los enviados de Obama y los de Castro, en Canadá y finalmente en el Vaticano, luego de que el cardenal cubano y arzobispo de La Habana, Jaime Ortega Alamillo, entregara secretamente en la Casa Blanca, el 14 de agosto de 2014, una carta del papa Francisco al presidente norteamericano. Por el mismo emisario, el Papa envió otra carta similar al presidente de Cuba, Raúl Castro. Pero según asegura la prensa norteamericana, la idea de involucrar al Papa se gestó en la Casa Blanca.

Todos los pormenores ocultos de la negociación fueron revelados por los periodistas Peter Kornbluh y William Leogrande en un articulo publicado el 12 de agosto por la revista Mother Jones, en el que resumieron un nuevo capítulo de la reedición del libro de ambos autores titulado Back Channel to Cuba. The Hidden History of Negociations Between Washington and Havana, que llegará a las librerías en el próximo mes de octubre. La historia secreta, que ha dejado de serlo, entre ambas capitales. La negociación se dirigió en todo momento desde la Casa Blanca, de manera que el departamento de Estado y el Pentágono fueron mantenidos al margen y en la oscuridad.

Los opositores políticos no fueron invitados a la ceremonia oficial del izado de la bandera, para no incomodar a los Castro; pero posteriormente el secretario de Estado, John Kerry, durante una recepción ofrecida por el encargado de negocios en su residencia, se entrevistó privadamente con diez representantes de la disidencia, entre ellos, los periodistas Yoani Sánchez, Reinaldo Escobar y Miriam Leiva; José Daniel Ferrer, presidente de la Unión Patriótica Cubana; la economista Marta Beatriz Roque y el médico Óscar Bicet. No figuraba el periodista Guillermo Fariñas, sometido por la policía a todo tipo de abusos y vejaciones. Algunos disidentes rechazaron la invitación, como Antonio González Rodiles y Berta Soler, ésta presidenta de las Damas de Blanco, que reclaman la liberación de los presos de conciencia, los cuales alegan que, con la reapertura de las embajadas, la administración de Obama está suministrando oxígeno a la dictadura, sin que ésta ofrezca nada a cambio. “No arriaremos la dignidad”, dijeron algunos.

La bandera estadounidense en la embajada de La Habana fue arriada el 3 de en ero de 1961, después de que el presidente Eisenhower, en uno de las últimas decisiones de su presidencia, rompiera las relaciones diplomáticas con el régimen instaurado por Fidel Castro, en aparente represalia por la nacionalización de numerosas empresas norteamericanas. El 20 de enero le sucedió en la presidencia John F. Kennedy. En aquellas fechas ya estaba en marcha la operación de la CIA que desembocó en la fallida invasión militar de Bahía Cochinos (playa Girón), en abril.

John Kerry, el conciliador

El secretario John Kerry se mostró muy conciliador, tanto en el protocolo como en su discurso y en su conferencia de prensa conjunta con su homólogo cubano, Bruno Rodríguez, en el Hotel Nacional. Su frase más atrevida fue la siguiente: “Seguiremos reclamando al gobierno de Cuba que cumpla sus obligaciones según las convenciones de derechos humanos interamericanas y de la ONU”. Lo que no esperaba probablemente es que su prudencia rayana en la complicidad sería correspondida con una invectiva de Rodríguez, quien replicó de manera tan cínica como insolente: “Nosotros también estamos preocupados por los derechos humanos en Estados Unidos.” Y añadió con desfachatez y una voluntad inequívoca de mortificar a Kerry: “En Cuba no se producen actos de discriminación racial o brutalidad policial que provocan muertes; ni bajo la jurisdicción de Cuba o en el territorio de Cuba se tortura a unas personas o se las mantiene en un limbo legal”, en alusión a los recientes episodios de violencia policial y a la situación en la prisión de Guantánamo donde están encerrados “los enemigos combatientes” islamistas sin ser sometidos a juicio.

Una prueba más de que los personajes secundarios del régimen como el canciller Bruno Rodríguez suelen ser más castristas que Castro y repiten como papagayos las viejas consignas del “socialismo o muerte”, de “la guerra contra el imperialismo”, de la infalibilidad del Líder Máximo (Fidel), y reproducen con altanería la mentalidad del asedio y la ideología sedicentemente inmutable y hasta perpetua, la que conduce inexorablemente a la represión policial y la dictadura brutal sobre las necesidades.

Al final de su visita de doce horas, ante los periodistas norteamericanos, Kerry recuperó el pulso para subrayar que EE UU no levantará el embargo a menos que el gobierno cubano se mueva para mejorar su balance en lo que concierne al respeto de los derechos humanos. “No habrá manera de que el Congreso levante el embargo –añadió— si no existe un claro progreso en los problemas de conciencia.” Para cumplir con sus últimos objetivos diplomáticos, con Cuba o con Irán, el presidente Obama tendrá que librar una dura batalla en el Capitolio. Hasta el nombramiento de un embajador en La Habana puede tropezar con la oposición de la mayoría republicana en el Senado.


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