Posteado por: M | 12 abril 2019

La victoria de Netanyahu, la extinción de la izquierda en Israel

Con el histórico Partido Laborista al borde de la extinción y con la izquierda social y política prácticamente desaparecida de la contienda, las elecciones generales anticipadas del 9 de abril en Israel fueron un duelo entre las fuerzas conservadoras y nacionalistas, algunas de ellas bautizadas como “centristas” y varias otras representativas del judaísmo fundamentalista. Tan poco estimulante confrontación a la postre se dirimió en favor del actual primer ministro, Benjamín Netanyahu, líder nacional-populista del partido Likud, que con toda seguridad logrará un quinto mandato para seguir en el poder tras las consabidas y arduas negociaciones y regateos con los numerosos partidos del bloque ultraconservador y ultraortodoxo para formar una mayoría sólida en el parlamento (Kneset).

Los resultados confirmaron la completa destrucción de la izquierda que comenzó en 2000, el retroceso de los partidos árabes, debilitados por la abstención o las luchas intestinas, y la consagración de Netanyahu como “rey de Israel”, según el grito de sus fervientes partidarios, el primer ministro que batió el récord de longevidad por haber permanecido más tiempo en el cargo, los últimos 10 años sin interrupción, superando incluso al que está considerado como el padre de la patria, el laborista David Ben Gurion, que proclamó la independencia en 1948. La ausencia de una verdadera alternativa y la obsesión de la seguridad, que unifica y radicaliza a la opinión pública, hace tiempo que enterraron las ya escasas expectativas de paz con los palestinos según la fórmula de “paz por territorios”, concretada en la quimera internacional de los dos Estados.

Luego de una campaña plebiscitaria, con Netanyahu como epicentro del tedioso debate, el Likud (derecha nacionalista) ganó las elecciones con sólo 35 de los 120 escaños con que cuenta la Kneset (5 más que en 2015), el 26 % de los electores inscritos. En segundo lugar, también con 35 escaños, quedó la coalición Kahol Lavan (Azul y Blanco, los colores de la enseña nacional), que concurrió con la etiqueta de centrista y dirigida por el ex general Benny Gantz, que fue jefe del estado mayor de Tsahal (las Fuerzas Armadas). Se trata de una coalición organizada en los últimos tres meses para acoger a los descontentos con Netanyahu, un político sin duda relevante y habilidoso, populista, que suscita pasiones encontradas, investigado judicialmente por corrupción, pero respaldado enérgicamente por su protector y amigo Trump.

Según el columnista Roger Cohen, del New York Times, el primer ministro israelí y el presidente norteamericano “comparten la misma astucia para el control y manipulación de la política del espectáculo”. Las acusaciones de corrupción que pesan sobre Netanyahu y el anuncio de la fiscalía de que había abierto una investigación penal contra él por soborno, fraude y abuso de poder no torcieron la voluntad de los electores y probablemente decaerán ante la renovada mayoría parlamentaria y la perspectiva de lograr la inmunidad.

El tercer puesto lo compartieron dos partidos religiosos y ultraortodoxos, el sefardí Shas y el Judaísmo Unido de la Tora, ambos con 8 diputados, que sin duda votarán a favor de la investidura de Netanyahu. Dos partidos considerados de extrema derecha, la Unión de las Derechas, e Israel Beitenu (Israel, Nuestro Hogar), que recibe los sufragios de los ciudadanos de origen soviético, laicos, pero ultraconservadores, se repartieron por igual 10 escaños. El sistema electoral proporcional, la diversidad de orígenes de los ciudadanos, una historia atormentada y un futuro problemático explican la proliferación de los partidos, la extrema dispersión del voto y el bizantinismo de los debates. Para entrar en la Kneset (asamblea) es preciso obtener un mínimo del 3,25 % de los votos.

El Partido Laborista, fundador del Estado y fuerza hegemónica durante 30 años (1948-1977), pilar en otros tiempos del centro izquierda, dirigido por Avi Gabbay, ex ministro de Netanyahu, se hundió hasta un nivel sin precedentes, con menos del 5 % de los sufragios y 6 diputados (26 en 2015). “La identidad laborista se ha convertido en un enigma que suscita indiferencia”, sentenció un observador de Jerusalén. La izquierda pacifista, que denuncia la militarización de la sociedad, los riesgos para la democracia y los perjuicios morales de la ocupación de Cisjordania, agrupada en el partido Meretz, obtuvo 4 escaños.

La drástica reducción del electorado de izquierdas, del sionismo fundador y moderado, confirma que la gran mayoría de los israelíes ha dejado de creer en el objetivo de alcanzar la paz con los palestinos. El viraje de la opinión israelí coincide con su escepticismo o su intransigencia en cuanto la negociación con los vecinos, de manera que apenas una docena de los diputados electos respalda la creación de un Estado palestino en Cisjordania, Gaza y el sector oriental de Jerusalén, como recomienda con escasa convicción la comunidad internacional.

El muro levantado en Cisjordania, para tener separados y controlados a los palestinos, se ha instalado simbólicamente en el corazón de la mayoría de los israelíes, una mayoría estructural de derecha, como arguyen los sociólogos. Los principios o componendas de la izquierda han sido sacrificados en el altar de la seguridad y la utopía mesiánica. Antes de las elecciones, un cronista del diario hebreo Haaretz, Gideon Levy, resumió sarcásticamente la situación de Israel: “No hay izquierda, ni siquiera una media izquierda. Sólo hay una derecha que se manifiesta en distintas formas”. El director de la edición inglesa del mismo periódico, reducto del liberalismo, Avi Scharf, remató el clavo en el féretro: “La izquierda fundadora de Israel está completamente arrasada.”

Los árabes que viven dentro de las fronteras del Estado de Israel, concentrados en la región de Galilea, suman aproximadamente el 20 % de los 6,3 millones de ciudadanos con derecho de voto. Las fuerzas políticas que teóricamente los representan, que denuncian ritualmente la discriminación, el apartheid de facto, y rechazan la formulación constitucional de Israel como “Estado judío”, aprobada en 2018, concurrieron en dos listas: la Hadash-Taal, que obtuvo 6 escaños, y la Raam-Balad, incluyendo a los comunistas israelíes, que se quedó en 4. En las elecciones de 2015, se presentaron en una Lista Única y lograron 13 escaños. El acusado retroceso no se debe sólo al divorcio partidista, sino también a una notable abstención en las circunscripciones con fuerte población árabe (participación inferior al 50 %).

Un empate teórico inicial, aireado por los sondeos a pie de urna, llevó a Netanyahu y Gantz a pronunciar discursos de victoria, pero inmediatamente se aclaró la situación porque la mayoría de las fuerzas políticas conservadoras, religiosas y laicas, se apresuraron a mostrar su preferencia por la continuidad de Netanyahu, al que la aritmética de las alianzas otorga una mayoría potencial de 65 o 67 diputados. El gobierno que se avecina volverá a ser el más derechista y expansionista en la historia de Israel, en perfecta sintonía con los criterios de Netanyahu, un acérrimo abogado del Gran Israel, es decir, de la aplicación de la soberanía israelí sobre todo el territorio entre el Mediterráneo y el río Jordán.

El peso de las colonias en Cisjordania

En la recta final de la campaña electoral, Netanyahu explotó el miedo a cualquier concesión a los árabes y prometió a sus partidarios la extensión de la soberanía israelí a las colonias judías instaladas en Cisjordania, que los judíos denominan Judea y Samaria, el territorio bajo el control parcial de la Autoridad Palestina que presumiblemente debería constituir la base del nonato Estado palestino, según el consenso internacional. En vísperas de las elecciones de 2015, el primer ministro ya afirmó que bajo su mandato “no habrá un Estado palestino”.

Con los sucesivos gobiernos de Netanyahu en el último decenio se aceleró la construcción de viviendas en las colonias –donde el terreno es mucho más barato— y se expulsó coercitivamente a numerosos árabes de sus casas en el sector oriental de Jerusalén, que permaneció bajo administración de Jordania hasta la guerra de 1967. En las 150 colonias o asentamientos de Cisjordania viven unos 400.000 judíos. Otros 250.000 judíos están asentados en el sector oriental o árabe de Jerusalén, anexionado por Israel. El parlamento israelí declaró a Jerusalén “capital eterna e indivisible”, por una ley votada en 1980.

La extinción o por lo menos la irrelevancia de la izquierda tiene también su origen en el conflicto con los palestinos, en el fracaso de las negociaciones que con el patrocinio del presidente Bill Clinton se desarrollaron en julio de 2000 en la residencia de Camp David, cerca de Washington, entre el primer ministro israelí, el laborista Ehud Barak, y el líder palestino Yaser Arafat. Jamás un primer ministro israelí fue tan lejos como Barak en su ruptura de los tabúes que hasta ese momento habían torpedeado la negociación. en aras de lograr la paz con los palestinos, incluyendo le instalación de un Estado palestino en el 98 % de Cisjordania, con capital en Jerusalén oriental, y el tratamiento humanitario y económico de la cuestión de los refugiados.

No obstante, en septiembre de 2000, tras una provocación del general Ariel Sharon en la explanada de las Mezquitas de Jerusalén, los palestinos iniciaron la segunda intifada o revuelta, que se prolongó hasta 2005, el más sangriento conflicto intercomunitario en la historia de Israel, en el que resultaron muertos 1.000 israelíes y 3.500 árabes. Ese letal y prolongado episodio de violencia resultó traumático para ambas comunidades, pero muy especialmente para la israelí, que había depositado sus esperanzas en el proceso de paz conducido por el gobierno laborista desde los acuerdos de Oslo (1993).

La opinión pública israelí, que había aplaudido los acuerdos de Oslo y había confiado mayoritariamente en el proceso de paz, fue arrebatada por la desilusión y el pesimismo, también por la intransigencia, la ceguera o la alienación del vecino. Como asegura Yossi Klein Halevi, profesor en el Shalom Hartman Institute de Jerusalén, “la principal víctima política de la segunda intifada fue la izquierda israelí, que devino inelegible efectivamente”. La ola de terrorismo que sacudió Israel erosionó gravemente la credibilidad de la izquierda y ensombreció su futuro electoral.

Los israelíes vituperan a Arafat por haber desaprovechado una gran oportunidad para la paz, la mejor ocasión de la historia, y por haber organizado o al menos incitado los ánimos para la revuelta. No existen pruebas de que el líder palestino instigara la violencia, fuera el motor del terrorismo desde su búnquer de Ramala, pero es evidente que no hizo nada por detener tan horrible matanza.

La opinión pública israelí no ha superado el trauma, mantiene su mentalidad de asedio, de introspección y repliegue, su paranoia, y antepone la seguridad a cualquier otra consideración. La campaña electoral se disputó en el terreno elegido por Netanyahu y la extrema derecha, con especial hincapié en los problemas planteados por la presencia de los iraníes en Siria, la agitación permanente y los cohetes que Hamás lanza desde Gaza, los túneles de Hizbolá en la frontera del Líbano, los lacerantes recuerdos de la desastrosa guerra de la frontera libanesa en el verano de 2006 o de las tres libradas en Gaza (2008-2009, 2012 y 2014). La coalición centrista Azul y Blanco está encabezada por altos jefes militares retirados que comparten los temores y los miedos que explota desde hace años el primer ministro y no se atreven a tomar ninguna iniciativa sobre una nueva negociación con los palestinos. El tema del Estado palestino estuvo prácticamente ausente de la campaña electoral.

Economía y diplomacia

Durante el decenio de Netanyahu en el poder, un período de relativa tranquilidad, la economía israelí ha experimentado un impulso decisivo, gracias, sobre todo, a la innovación tecnológica. Pero la crisis acecha, en los transportes, en la sanidad, en la vivienda, asuntos escamoteados durante la campaña electoral. Una semana antes de las elecciones, el gobernador del banco central, Amir Yaron, publicó un informe poco complaciente con el gobierno en el que afirmaba que el producto interior bruto (PIB) había perdido el 0,8 % en los últimos diez años y que la amenaza de estancamiento era preocupante. Algo más del 20 % de la población vive por debajo del límite de la pobreza, si bien es cierto que esa precariedad extrema afecta, sobre todo, a la minoría árabe, cuya integración social y política es una entelequia.

“Radicalizado por Obama, galvanizado por Trump”, así resume el columnista Chemi Shalev, del New York Times, las relaciones de Netanyahu con EE UU y su proyección internacional. La situación de Israel mejoró diplomáticamente por el apoyo sin fisuras de Trump, su entendimiento con Moscú a propósito de Siria y su aproximación a las monarquías del golfo Arábigo, especialmente Arabia Saudí, en la formación de un frente unido contra el supuesto expansionismo y las ambiciones nucleares de Irán.

La protección de EE UU –que nunca estuvo en duda, y ahora reforzada—y el respiro diplomático frente a la hostilidad tradicional de los árabes no resolverán, sin embargo, los problemas esenciales de las futuras generaciones de Israel: la fatalidad geográfica, el desequilibrio demográfico y, en todo caso, la convivencia o coexistencia con los palestinos sobre un mismo y exiguo territorio. Los vaticinios -los escenarios, como ahora se dice—suelen desembocar en la pesadilla. Netanyahu e incluso sus adversarios electorales de la coalición Azul y Blanco temen que la instalación de un Estado palestino en Cisjordania siente las bases para la llegada de Hamás al poder y la reproducción de lo que ocurre en Gaza, con el apoyo de Hizbolá e Irán. Por el contrario, la anexión de la Cisjordania por Israel sometería a muy dura prueba a la democracia israelí, pues el dilema es claro: la concesión de la ciudadanía a todos los palestinos, lo que entrañaría a corto plazo la venganza demográfica, la pérdida de la mayoría, o la consagración oficial del apartheid.

No estoy seguro de que el éxito electoral de Netanyahu vaya a servir de acicate para abordar esos problemas que siguen soterrados en la opinión israelí, pero que serán acuciantes en un futuro no muy lejano.


Deja un comentario

Categorías