Posteado por: M | 27 febrero 2016

De la fetua de Rushdie a la de Daoud, a vueltas con la cuestión del islam en Europa

En sus relaciones con Occidente, la comunidad islámica tiene un problema con la libertad de conciencia, el laicismo, la igualdad y el estatuto de la mujer, principios que no forman parte de su código ético-religioso y social. Esa contradicción cultural se manifiesta de muy diversas maneras cuando los refugiados e inmigrantes económicos la trasladan de manera harto primaria a los países europeos de acogida. Si al choque de civilización añadimos la realidad de que el integrismo y el fanatismo religiosos han desembocado en diversas formas de terrorismo a través de organizaciones como Al Qaeda, el Estado Islámico y Boko Haram, que proclaman y practican la guerra santa (yihad) contra los infieles occidentales, anacrónicamente etiquetados como “cruzados”, resulta evidente que la reflexión y las controversias sobre el islam, los islamistas o simplemente los musulmanes son uno de los grandes temas de nuestro tiempo.

Además de la guerra en Siria, en la que confluyen todos los extremismos, brutalidades, horrores y exacciones, otras muchas noticias que proceden del orbe islámico resultan muy perturbadoras para las sociedades occidentales. En el período electoral, los extremistas de Irán acaban de recordar a todo el mundo que sigue plenamente vigente la fetua, anatema teológico que entraña la pena de muerte, que el ayatolá Jomeini lanzó contra el escritor Salman Rushdie, el 14 de febrero de 1989, por entender que su libro Los versículos satánicos era blasfematorio. Las agencias de prensa iraníes, calentando la campaña electoral, informaron el 22 de febrero de que la recompensa por la captura o ejecución de Rushdie había sido mejorada hasta los 4 millones de dólares, supongo que recaudados en el bazar de manera coercitiva.

El 25 de febrero, un tribunal egipcio condenó a cuatro jóvenes cristianos coptos  a cinco años de prisión tras declararlos culpables de insultar al islam por haber filmado un vídeo de 32 segundos en el que se burlaban de la forma de plegaria que practican los musulmanes. Un destacado presentador de televisión, un poeta y un novelista han sido condenados recientemente por blasfemia o por ofender la moral pública (¿). Según una crónica del New York Times, datada en El Cairo, esas sentencias forman parte de una serie de condenas por blasfemia que ponen en tela de juicio la orientación de la judicatura egipcia, en contradicción aparente con las promesas del presidente Abdel Fattah el-Sisi y su régimen de actuar como valladares contra el extremismo religioso, después de haber arrebatado el poder a los Hermanos Musulmanes. La discriminación y la violencia contra los coptos (10 % de la población) se han convertido en una constante, un suceso recurrente.

“Miseria sexual del mundo árabe”

En Francia, el escritor argelino Kamel Daoud, premio Goncourt 2015, anunció en febrero que abandonaba el periodismo para consagrarse por completo a la literatura. La causa inmediata de esa decisión fue la polémica desencadenada por la publicación en varios periódicos europeos el 31 de enero y el 5 de febrero (La Repubblica, Le Monde y el semanario suizo L´Hebdo) de un artículo suyo titulado “Colonia, lugar de fantasmas”, en el que analizaba las agresiones sexuales contra más de 600 mujeres occidentales que fueron cometidas en esa ciudad alemana, en la noche de fin de año, por grupos de refugiados procedentes de países musulmanes. Otro artículo del mismo autor sobre el mismo asunto fue publicado en el New York Times el 12 de febrero, bajo el título “La miseria sexual del mundo árabe”.

Escribía Daoud: “Una de las grandes miserias de una buena parte del llamado mundo árabe, musulmán en general, es su relación enfermiza con la mujer, a la que en muchos lugares, se la vela, se la lapida o, por lo menos, se le reprocha que siembre el desorden en la sociedad ideal (…) Percibida como fuente de desequilibrio –falda corta, riesgo de seísmo–, sólo es respetada cuando está sometida a una relación de propiedad, como esposa de X o hija de Y.” Tras recordar que la mujer, en el discurso cotidiano islámico, aparece como prenda de la virilidad, del honor y de los valores familiares, añadía: “Esas contradicciones crean tensiones insoportables: el deseo no tiene salida; la pareja no es un espacio de intimidad, sino una preocupación del grupo. De todo lo cual resulta una miseria sexual que conduce al absurdo o la histeria.”

Ante la cosmovisión o simplemente las pautas de conducta con las que llegan los inmigrantes, Daoud propugnaba que su acogida en los países europeos fuera acompañada por un esfuerzo cultural para hacerles comprender y respetar unos valores distintos, con el fin de promover su adaptación a un nuevo espacio social en el que las mujeres no son discriminadas, vejadas o preteridas. Algo así como una  “bienvenida cultural” o cursillo de adaptación que trascienda los mecanismos burocráticos en vigor sobre el asilo y el permiso de trabajo. Lo ocurrido en Colonia, en último extremo, era la prueba dolorosa pero irrefutable de la condición de la mujer en el mundo árabe- musulmán, en el que es “negada, violada, recluida o poseída”.

Tras argüir que “el gran público en Occidente descubre, entre el miedo y la agitación, que en el mundo musulmán el sexo está enfermo”, Daoud detallaba su propuesta: “Occidente olvida que el refugiado proviene de una trampa cultural que se resume sobre todo en su relación con Dios y la mujer (…) No basta con acogerlo dándole documentación y un dormitorio. Hay que ofrecer asilo al cuerpo, pero también convencer al alma de que debe cambiar. El otro llega de ese vasto universo doloroso y horrible que es la miseria sexual en el mundo árabe-musulmán, una relación enferma con la mujer, el cuerpo y el deseo. Acoger al otro no significa curarlo.”

En ambos textos, Daoud criticaba con dureza las dos reacciones occidentales más frecuentes ante los hechos de Colonia y otros similares. De una parte, el discurso de la extrema derecha xenófoba que pretende “reactivar los temores de las antiguas invasiones bárbaras” y denuncia con estrépito la actuación de “los inmigrantes acogidos que atacan a nuestras mujeres, las agreden y las violan”. De otra, el relato angelical de una parte de la izquierda que presenta al refugiado como la víctima propiciatoria de una situación creada por las grandes potencias occidentales, mano de obra barata, y cuya única defensa frente a la marginación, precisamente por ser “diferente”, radica en el refugio de su cultura y sus costumbres. En suma, los occidentales, ante el fenómeno de la inmigración masiva, oscilan entre la visión angélica o buenista, que parece imponerse como políticamente más correcta, y la demonización.

Los artículos de Daoud suscitaron una enconada controversia en los medios intelectuales y periodísticos. En Le Monde (11 de febrero), un grupo de 19 universitarios, muy poco conocidos fuera del Hexágono, publicaron una violenta requisitoria contra el escritor argelino, al que acusaron de “reciclar los más rancios clichés orientalistas”, de recuperar las ideas de Ernest Renan sobre “el islam como religión de la muerte” y, sobre todo, de “alimentar los fantasmas islamófobos de una parte creciente del público europeo con el pretexto de recusar cualquier visión angelical”. Según el colectivo firmante, Daoud había cometido el grave error de presentar a los inmigrantes como “culturalmente inadaptados y psicológicamente desviados”, y de proponer, por ende, su reeducación.

La propuesta de Daoud fue calificada de “escandalosa” por sus detractores, inquisidores implacables de “la insoportable rutina de la misión civilizadora y de la superioridad de los valores occidentales”, así como del supuesto corolario: “el paternalismo colonial”. Las últimas recriminaciones eran las del “racismo” y la “islamofobia”, dirigidas no sólo contra Daoud sino también contra otros escritores argelinos como Rachid Boudjedra y Boualem Sansal, todos ellos residentes en Argelia. Para los autores de la inculpación, en cuestiones sexuales y de costumbres, el islamismo es simplemente “un puritanismo a veces violento”.

Acentos inquisitoriales

Ésa es la visión angelical, aunque con acentos inquisitoriales, desde luego, de los que no viven en Argelia ni padecieron la devastadora guerra civil que sufrió el país en el último decenio del siglo XX, ni están expuestos a los furores y la intimidación de los islamistas. Un alegato multicultural que una parte de la izquierda europea utiliza como una nueva ideología –la extraña confluencia del marxismo residual con el islamismo–, sin reparar en que la denostada integración o asimilación produce algunos buenos resultados en Francia, a través de la promoción de la escuela laica, mientras que el multiculturalismo, por el contrario, conduce inexorablemente a los guetos suburbiales, la pobreza, la marginación, la delincuencia y la dictadura de los imanes integristas.

En diciembre de 2014, Abdelfatah Hamadache Ziraoui, un imán que dirige el Frente del Despertar Islámico, una organización salafista (no reconocida oficialmente), hizo un llamamiento a las autoridades argelinas para que condenaran a muerte y ejecutaran en público al escritor Kamel Daoud, supuesto culpable de apostasía, después de que éste hubiera criticado la relación de los musulmanes con su religión en una emisión televisada. El líder salafista firmante de la fetua acusó al novelista de “llevar a cabo una guerra contra Alá, su profeta, el Corán y los valores sagrados del islam”.

Aunque escribe en francés, Daoud vive en Argelia, es cronista del diario Le Quotidien d´Oran y autor de la novela Meursault, contre-enquête (Actes Sud, 2014), premio Goncourt para una primera novela, no publicada aún en español. En ese relato, Daoud da la palabra al hermano del “árabe” anónimo asesinado por Meursault en El extranjero, la novela de Albert Camus (1942), el escritor francés nacido en Argelia y premio Nobel de Literatura de 1957.

Al acusarlo de “islamófobo”, el colectivo universitario que publicó la catilinaria en Le Monde profirió contra Daoud un epíteto de oprobio, una pena de exclusión de la sociedad bienpensante, una condena de muerte intelectual. “Es un insulto inmoral, una inquisición –declaró el escritor argelino en su defensa–. En Francia se ha hecho demasiado difícil expresar las propias opiniones (…) No soy islamófobo en absoluto, digo que la religión debe ser una opción, no una imposición. Pero Francia es un país con muchos tabúes y yo ahora estoy pagando las consecuencias.”

La réplica contra el colectivo que había reprendido a Daoud no se hizo esperar, quizá porque en Francia, el país europeo con mayor población musulmana, la candente cuestión islámica suscita, afortunadamente, un gran interés e inflamadas controversias. El 24 de febrero, en el semanario Le Point, el filósofo Michel Onfray publicó un resonante artículo titulado “La doble fetua”, en referencia a las arrojadas contra Daoud por los islamistas de Argel y por los intelectuales franceses con “la complicidad del diario Le Monde”. “Vivismos una época extraña en la que unos intelectuales publican una petición en Le Monde para denigrar a uno de ellos”, comenzaba la tribuna de Onfray, que justificaba su implicación en la polémica porque “me rompe el corazón el que a un escritor, un pensador, un intelectual que dice la verdad le escupan en la cara en esas condiciones y deba renunciar al periodismo cuando pensaba que podía ejercer esa tarea como un hombre libre”.

Tras advertir de que “está prohibido el abordar la cuestión del islam si uno no se limita a recitar el catecismo islamo-izquierdista de la prensa untuosa”, Onfray planteaba la cuestión de fondo en términos un poco sarcásticos: “¿Hablar del estatuto de la sexualidad en el islam? Prohibido. ¿Tratar del papel de la misoginia y la falocracia en esa religión? Prohibido. ¿Preguntar por la naturaleza de la relación entre la mentalidad islámica y la modernidad occidental en el terreno de las relaciones  entre los hombres y las mujeres? Prohibido.” Luego defendía la propuesta de Daoud y abogaba por “una política de inmigración que no se limite a abrir las puertas de Europa de manera pasiva sin hacer nada por ayudar a los que llegan para entrar en el mundo que han elegido teóricamente por sus valores.”

Por supuesto, la llegada masiva de refugiados y emigrantes requiere de la Unión Europea algo más que una respuesta estrictamente material, de cortos vuelos, de cerrar los ojos y sellar la boca, por temor, ignorancia o comodidad, ante los problemas que genera el islamismo en cuanto argamasa cultural e ideología política. No me parece una idea descabellada, sino todo lo contrario, la de instruir a los recién llegados, sobre todo, si tienen voluntad de permanencia en los valores, las costumbres y el acervo político y cultural de la UniónEuropea.

La tolerancia e incluso el amor por el prójimo desvalido o perseguido, en ningún caso quieren decir que Europa deba renegar de su cultura o manipular su historia. Tras declarar que el multiculturalismo ha fracasado, al menos, en Alemania, la cancillera Angela Merkel declaró con precaución: “Queremos que los inmigrantes absorban los fundamentos culturales de nuestra convivencia.” Hay opiniones menos matizadas, como la del profesor italiano Giovanni Sartori: “El inmigrante puede hacer en su casa lo que quiera, pero debe aceptar las reglas del Estado que le acoge”, aunque persuadido de que “el islam no tiene capacidad de evolución”.

El problema de la integración, con frecuencia confundida con la asimilación, tropieza con el relativismo imperante en amplios sectores de la academia, la universidad, la cultura del espectáculo y el periodismo, el llamado pensamiento posmoderno o débil, deconstructor, que niega los cimientos racionales y religiosos de los valores europeos y argumenta que no es posible establecer una clasificación axiológica de las culturas o fundamentar la pretensión universal de los valores y las instituciones occidentales.

El intelectual italiano Marcello Pera, en el libro que escribió al alimón con el cardenal Joseph Ratzinger (el papa Benedicto XVI), demostró las falacias y las limitaciones del relativismo y advirtió: “Afirmo los principios de la tolerancia, la convivencia y el respeto, hoy característicos de Occidente, pero sostengo al mismo tiempo que, si alguien rechaza la reciprocidad de esos principios y nos declara hostilidad, o la yihad, entonces debe quedar claro que se trata de nuestro adversario. En pocas palabras, rechazo la autocensura de Occidente, que encuentro a la vez injustificada y arriesgada.” El libro de Pera y Ratzinger se titula Sin raíces. Europa, relativismo, cristianismo, islam (2004-2005), de lectura muy recomendable.

Todas las encuestas disponibles, a pesar de su notoria insuficiencia, avalaban la alarma del escritor argelino. Según una investigación del Pew Research Center, más del 90 % de los tunecinos y marroquíes sostienen que la mujer debe siempre obedecer a su marido. Sólo el 14 % de los musulmanes iraquíes y el 20 % de los jordanos piensan que una mujer debe estar capacitada para solicitar el divorcio. En los países musulmanes, una mujer vestida a la occidental difícilmente puede comparecer en el espacio público, dominado por los varones, sin exponerse a ser acosada y hasta agredida. Tras esos datos, concluía el semanario británico The Economist: “Para acoger a los recién llegados pacíficamente, Europa debe insistir en que respeten los valores de tolerancia e igualdad sexual.”

 

 

 

 


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